6 de agosto de 2008

El temor a parar


El temor a parar
Ángel Gabilondo -


"...Lo deseamos y, sin embargo, lo tememos. Necesitamos detenernos, descansar, parar.
No resulta fácil. Y no porque el trabajo nos apasione, sino porque en el corazón del vacar puede habitar un silencio y un vacío que en modo alguno habría de achacarse a los demás. Entretenidos durante meses en tantas ocupaciones y actividades, su interrupción nos produce algo similar a un pánico. Y, entonces, ocurre eso que no tiene nombre, un sopor que no se reduce a calor.
Y brotan cuestiones que adoptan la forma de preguntas sobre lo que hacemos a diario. Y, quién sabe, sobre el sentido mismo de la vida. No es preciso ser muy dado a las ensoñaciones para que aparezca con contundencia y realidad algo que nos abruma. Incluso al parar pueden surgir molestias y malestares de esos que llamamos físicos, dolores, jaquecas, mareos, que nos llevan a frases tan expresivas como indeterminadas, tales como "no me encuentro bien".
Precisamente se trata de eso, de que uno no se encuentra.
Los días quizá transcurran velozmente y, a la par, son cada uno de ellos lentos. Hay algún oasis, pero en última instancia todo tiene la velocidad de lo que parece o doblegar el tiempo o arrodillarse ante él.
Tal vez no pase de ser un estado de ánimo, quizá un cansancio, una falta de fuerzas para dar sentido. Los días nos enseñan sus afiladas uñas, capaces de arañar, de escarbar, de labrar surcos en nuestra tibieza. Y amanece y anochece una y otra vez.
Pero cabe habitar el latir de las horas, desayunar, pasear, tal vez leer, quizá subir o bajar, a lo mejor nadar, o mecerse adormilado, o mirar sin necesidad de ver, o escuchar el ritmo del aire o de la música, o la voz, o a alguien, o saborear el improbable soñar y a veces dormir de verdad, eso que apenas ya recordábamos.
Así se va tejiendo un ánimo, se cultiva lo que en ausencia de otra denominación llamaremos alma. Y nos cuidamos.
En ocasiones parecemos trabajar para olvidar, pero al dejar de hacerlo recordamos la necesidad de no perder de vista los límites. Postergar para un tiempo vacacional el cuidado de uno mismo y de los otros es tanto como pretender limitarnos a vivir, en el mejor de los casos, una breve temporada.
Así pronto comprobamos que hemos olvidado no sólo cómo hacerlo, sino en qué consiste. Por eso es tan importante parar a diario. Los días no pueden interrumpirse únicamente por el dormir de la noche. De vez en cuando es preciso tomar distancia para ver. En esta nueva infancia que recobramos, nada nos traerá más descanso que una cierta reiteración, un dejarnos acariciar por las horas, por los otros, una sencillez que acallamos con la complejidad algo ficticia de nuestra labor diaria. No hace falta quedarse quieto para parar. Hay otro hacer. Por ejemplo, reír, desear, respirar o esperar...."

Bueno... al fin alguien que piensa como yo...